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domingo, 6 de mayo de 2007

Notas de cine III


Esta es la tercera y última parte de la nota relativa a los premios Oscar, en donde se explican los criterios para la premiación de las películas extranjeras, y algo más sobre el sistema de votación.

La desconfianza popular sobre los Oscar incluye el dato de que la Academia no da premios al cine extranjero. Ese es un claro error. El cine inglés ha sido competidor de primera línea y ha obtenido Oscar con frecuencia, desde Hamlet de Olivier (1948) y desde la actriz Simone Signoret por una labor inglesa (en Room at the Top o Almas en subasta, 1958) hasta los casos flamantes de Carrozas de Fuego (Hugh Hudson) y de Gandhi (Attenborough), que en abril de 1983 arrasó con las listas de premios. Es cierto, en cambio, que el cine hablado en otro idioma que el inglés llega en muy raras oportunidades al estreno comercial en el Condado de Los Ángeles. Y eso es lo que explica que la Academia de Hollywood premie mayormente al cine americano e ignore casi la totalmente al de Francia, Italia, Alemania, España o Argentina. Para cubrir esa deficiencia, y para elegir valores cinematográficos antes que valores nacionales, la Academia instituyó en 1956 su rubro "cine hablado en otro idioma", que está reglamentado de manera especial. Un Comité de la Academia examina cada año el material remitido por los distintos países (un solo título por cada país, y generalmente el designado por su perspectiva autoridad nacional) y dentro de ese conjunto termina por elegir a los cinco films para la votación de toda la masa social. Cabe agregar que ese certamen adicional es de hecho un fomento a la producción extranjera, porque de ese modo se ha obtenido una fama para el japonés Akira Kurosawa o para el húngaro Istvan Szabo, aunque se corre desde luego el riesgo de creer que el español José Luis Garcí pueda ser un talento mayor.

Un dato valioso es que la Academia no confía en que sus miembros hayan visto siempre todo el cine necesario, y por eso lo coloca a su alcance. Tras la votación preliminar por las diversas ramas, todas las películas que contienen candidaturas (y eso incluye al cine extranjero y el de corto metraje) son nuevamente exhibidas en las salas de la Academia, más de una vez, durante las seis semanas que van desde candidaturas a premios definitivos. Y otro dato aun más importante es que la información se mantiene a nivel confidencial hasta el último minuto. Ni los propios miembros directivos de la Academia pueden saber los veredictos, porque toda la manipulación del escrutinio queda a cargo de una firma de síndicos (Price Waterhouse & Co.), en las dos instancias de votación. Y después de la promulgación, no se sabe tampoco la proporción de votantes reales y de abstenciones, ni se saben las cifras o diferencias entro unos candidatos y otros. En los Oscar de 1982-1983, buena parte de la afición cinematográfica del mundo entero creía que Dustin Hoffman sería imbatible como mejor actor por Tootsie. Tras la derrota antes Ben Kingsley (por Gandhi el mismo Hoffman pudo tener el escaso consuelo de haber perdido por un margen muy escaso de votos. Pero nunca lo sabrá.

Una similar coincidencia de grandes candidatos es la que explica el famoso caso de Grata Garbo. Hizo grandes interpretaciones pero se tropezó con Katherine Hepburn, con Bette Davis y con la festejada Claudette Colbert de Lo que sucedió aquella noche. La mejor Garbo posible fue la de Camille o Margarita Gauthier (1937), y en ese año la misma empresa Metro hizo competir a Garbo con la Luise Rainer de Madre Tierra, que era una labor de primera línea y que fue el segundo Oscar consecutivo de la actriz austríaca. El contexto de aquellos antiguos certámenes explica una humillación que luego pasaría ala historia. Un poco distinto fue el caso de Chaplin, también aclamado como uno de los grandes actores del cine y nunca premiado por una interpretación. Competidores aparte, el hecho histórico es que sucesivos films suyos (Luces de la ciudad, Tiempos Modernos, El gran dictador, M. Verdoux, 1930 a 1946) fueron hechos a contramano de la industria y debieron sufrir un buen porcentaje de oposición entre los votantes.

Los Oscar han sido y son un homenaje de la industria a sí misma. No son el resultado de un panel de críticos ni del Jurado de un festival, sino el resultado democrático de una votación entre miles de personas. Eso explica que el premio anual a mejor film, concedido necesariamente por el voto de todos, recaiga normalmente en algún título muy popular (Lo que el viento se llevó, Rebeca, Casablanca, Kramer contra Kramer) y que de ello puedan quejarse los historiadores del cine, con un ejemplo claro en El espectáculo más grande del mundo (Cecil B. De Mille, 1952). Pero esas son las leyes del juego.

(1985)

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