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viernes, 10 de marzo de 2006

La habitación

Lugar de contrastes y tiempos que se juntan, se entremezclan y terminan fundiéndose.

Viejos diskettes de 5 1/4 se codean con DVDs; un libro digital —Guía del autoestopista intergaláctico, de Adams— se despliega en el monitor del PC, en tanto que la traducción de El Corán de Vernet (que se encuentra justo debajo de Más allá del bien y del mal de Nietzsche) impide, o al menos estorba, el acceso al teclado. Junto a ellos, como una segunda barricada frente al ratón, se ven los lomos de La vida de las abejas, de Maeterlinck, encima de la traducción de El papiro de Ani de Budge.

Al otro lado del superpoblado escritorio se encuentra el diskman, que descansa sobre una prolija y pequeña pila de CDs en donde conviven José Larralde, Vangelis, Los Buitres, los Rolling Stones y el “Pepe” Guerra.

En la biblioteca los contrastes son poco menos que chocantes: un libro sobre runas hace lado a uno de Carl Sagan, quien departe desde hace un tiempo junto a Stephen Hawking. Ellos a su vez están junto a Tolstoi, que se entretiene con un tratado a favor de la marihuana. Todos ellos pueden verse debajo de varios libros de Stephen King, que su vez están debajo de libros de electrónica, circuitos y redes de computadoras.

En un estante, a la izquierda, se encuentra el equipo de audio (un amasijo de metal, plástico y luces), mientras que el otro extremo, pertenece a los juguetes hechos a mano, de madera y cordel.

A la misma altura, pero separados por un metro escaso de distancia, pilas de casettes (algunos de ellos con más de 15 años de edad) pierden la carrera frente a los CDs.

De nuevo en la biblioteca se ven viejos apuntes de la universidad junto a carpetas con los registros apícolas y documentos de compras y ventas de verduras ya en desuso. El humilde testimonio de casi 5 años, los últimos de mi vida, ocupa apenas un poco más de un estante. Lo que impresiona no es su volumen, obviamente, sino que a pesar de estar en vigencia solamente lo referente a las abejas, el resto del material está perfectamente a mano, como si se consultara a diario. No hay jerarquías ni destacados. La obsolecencia no es aparente... extraño.

Las paredes no turban la (in)consistencia de este mosaico. A pesar de repetidas “limpiezas” y “actualizaciones” pueden observarse posters con más de 20 años conviviendo con afiches recién sacados de las carteleras de cualquier cine. Desde el “Commando”de Schwarzenegger hasta “Kill Bill” de Uma Thurman, pasando por posters de armas, copias de grabados de 1807, la bienvenida al año 2000, dibujos de amigos con 10 años de antigüedad, la placa de graduado universitario y hasta un almanaque de 1994.

Oculto a la vista está lo realmente obsoleto: desde revistas promocionando Windows 3.11 for workgroups hasta avisos clasificados anunciando motos para la venta... del año 1998.

Giro sobre mi mismo y observo lo que me rodea sin llegar a convencerme nunca de lo que veo. Es como estar en una especie de máquina del tiempo... con un buen toque de LSD.
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