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lunes, 2 de abril de 2007

...Dejanos caer

















Era un gurisito de unos seis o siete años. Habíamos viajado, con el viejo, desde Maldonado a Montevideo por el día. Caía ya la tarde cuando estábamos en la terminal de ONDA (qué se creen) listos para emprender el regreso a casa. El conocido y contundente paquete de "El Emporio de los Sánguches", todo un clásico en la visita a la capital (y qué me vas a hablar de Salmonella), descansaba ya junto a los demás paquetes y equipaje de mano en la enorme bodega. Y mi viejo, haciendo un tremendo acto de camaraderia y quizá en recompensa a mi fiel compañía durante todo el día, al tiempo que me daba unos N$ (para los ignotos, Nuevos Pesos, que era la moneda de esa época) argumentó:

—Dále, andá a comprar el avioncito.

Artefacto éste, de fantasía, con alas de "cartón-plast" y una suerte de hélice confeccionada con placas de radiografías, colocada en la cola del aparato en cuestión. Y vaya uno a saber con qué mecanismos y con la ayuda de un cordel atado al fuselaje, si uno daba vueltas y vueltas el avioncito volaba haciendo girar la hélice con ruido de motor. Este juguete estaba como de moda en la capital, pero no en Maldonado, y vendían en todas las esquinas. Así me pareció entonces, y del cual yo había hecho a mi progenitor ya varias referencias en el transcurso del día, sin que él acusase recibo en ningún momento. Pero el viejo había estado atento al detalle de mi deseo y lo concretaba de esta manera, cuando yo ya daba por descartado que no valía la pena volver a mencionarlo. Y salí como loco tras mi sueño alado. Llegué agitado hasta el vendedor y elegí el más lindo:

—El de Peñarol quiero!
(o qué pensaron?)

Luego de esto, el señor dispuso el garantizado vuelo de prueba que exigía tamaña joya de la ingeniería jugueteril., casi al tiempo que me lo entregaba decía:

—Ahí va volando derechito para la guerra de las Malvinas...
...sentí miedo y un terror profundo. Pagué y corrí una vez más para llegar al andén.

Ya en casa, hice una demostración para los presentes para satisfacer los pedidos y no tener que dar explicaciones. Por ahí quedó,luego, para siempre, esa porquería de plástico que para mi significaba muerte y destrucción. A su lado, parte de mis ilusiones, PUM! PUM! "la guerrita".

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