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viernes, 2 de marzo de 2007

J.R.R. Tolkien: El Silmarillion

Hace pocos días empecé a releer por cuarta o quinta vez El Silmarillion, la obra póstuma del genial escritor inglés. Fue publicada por su hijo Christopher luego de haber recopilado y organizado una gran cantidad de historias, leyendas y notas escritas por su padre a lo largo de prácticamente toda una vida.
Cuando la leí por primera vez no pude poner en palabras lo que generó en mí. Es como cuando sentís que está sucediendo algo a tu alrededor, pero no podés definir qué es. Sólo con el correr de posteriores lecturas a lo largo de varios años he podido comenzar a armar su significado a nivel personal.

La obra de Tolkien en sí, es digna de varios artículos, que si tengo suerte irán apareciendo con el tiempo.
Baste decir, de momento, que es el único autor que conozco que creó un universo entero en el que poder inscribir y usar un alfabeto y un lenguaje creado por él, con una prolija y detallada gramática y completamente "funcional". Esto se debió a que según su razonamiento de filólogo, todo lenguaje que no pueda ser aplicado, o que carezca de un contexto práctico, muere y desaparece.

No confundamos a Tolkien sin embargo, con aquellos autores que inventan palabras sueltas, o que apenas esbozan un rudimento de gramática para incluirlo en sus obras. Es ese caso, esas palabras complementan una historia, o le dan una especie de identidad y marco de referencia a los personajes, pero no existen como pertenecientes a un lenguaje completo.

Pero volvamos al asunto central de este texto: El Silmarillion.
El libro contiene a El Silmarillion propiamente dicho, junto con otras cuatro historias. A lo largo de sus páginas se abarcan las crónicas de la creación del mundo, se hace énfasis en la Primera Edad del mundo (El Silmarillion en sí) y se dan esbozos de lo que serían la Segunda y Tercera Edad, culminando esta última con los sucesos narradas en El Hobbit y El Señor de los Anillos.
A raíz de esto último me parece importante destacar aquí que El Silmarillion debe leerse AL FINAL de la serie, para no arruinar la historia.

El Silmarillion deambula entre la magia y la decadencia; entre la luz y la oscuridad. Es una historia terriblemente trágica, que inspira una tristeza inconmensurable, pero que encierra una belleza que conmueve. Es la historia del apogeo y la decadencia de una raza, y también la del nacimiento y caída de otra: la nuestra.

En ambos casos hay un común denominador, una especie de pecado original, que sirve de detonante (al menos desde mi poco autorizado punto de vista) para todo el resto: el orgullo.
No el orgullo satisfecho que surge por ejemplo de una talla especialmente complicada que se termina de forma límpida, si no ese orgullo arrogante y terco. Ese que hace que todo tenga justificación. El que impulsa a la mentira y tras el que se esconde la codicia. El orgullo que va de la mano con la soberbia y la vanidad; que nos hace inflexibles y ciegos, henchidos de egoísmo.
Lo que más me llama la atención, es que así como es en ese mundo ficticio perdido en los albores del tiempo, así también es ahora, en nuestro mundo y tiempo actuales.

No dejo de ver ese orgullo desmedido por todas partes. El "soy mejor que vos". El "tengo derecho a esto porque yo... SOY YO, mientras que vos... simplemente sos vos".
Ese tipo de orgullo que no nos deja bajar la testuz ni medio centímetro, aún cuando sabemos que estamos equivocados; el que nos dicta que no tenemos por qué ser tolerantes, cuando está clarísimo que la razón la tenemos nosotros, cuando la verdad nos pertenece EN EXCLUSIVA, cuando nuestros intereses son los únicos que importan.

El Silmarillion es una historia con elfos y dragones y enanos y gigantes y magos y monstruos que se codean con decenas de otras criaturas fantásticas y extravagantes, pero que sin embargo nos refriega por la cara nuestra propia humanidad, limitada y lejos de ser perfecta.

Actualización 03/03/2007: El Silmarillion puede encontrarse en El almacén.

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