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domingo, 11 de marzo de 2007

El Camino

Por días había seguido ese camino. Tantos, que ya no recordaba por qué había comenzado a transitarlo, ni hacia dónde se dirigía. Era un camino duro, lleno de pedruscos, con ocasionales y raros tramos de hierba seca. Un sinuoso y escabroso camino, que en cierta manera, se parecía a la vida: el principio parecía incierto, perdido en el tiempo... cómo continuaría desde el punto en que él se encontraba, lo era aún más. No se podía predecir por cuánto tiempo continuaría en él, dónde lo llevaría, con qué se toparía, ni quién podría acompañarlo en su travesía... sólo sabía, confiaba, que en algún momento, en algún lugar, el camino llegaría a su fin, como todo en este mundo.

La luna llena despegaba del horizonte, como todos los días anteriores: blanca, fría e indiferente en esa fresca noche otoñal.

Se levantó el cuello de su abrigo mientras observaba el paisaje que lo rodeaba. Nubes bajas, dispersas y de apariencia enferma bajo la luz de la luna, empañaban el brillo de las estrellas, al tiempo que una húmeda bruma empezaba a bajar. Era como un vaho que le daba a su entorno una tonalidad fantasmal e irreal, haciendo que las formas de la naturaleza se cubrieran de una especie de mortaja que todo lo envolvía metamorfoseándolo en macabras figuras.

Al llegar a este punto, sonrió casi sin darse cuenta, percibiendo las oscuras visiones que fabricaba su imaginación.

Su imaginación...

Le había estado jugando malas pasadas prácticamente desde el comienzo de su viaje. En ciertas oportunidades, casi habría jurado escuchar suaves y furtivos pasos acolchados a su espalda, como si alguna bestia estuviera siguiéndolo... y una vez, al darse vuelta de repente, intranquilo, creyó ver el fugaz resplandor de unos ojos rojos que lo miraban desde la bruma bañada por la mortecina luz lunar.

Eran nervios. Sin dudas que eran nervios... a fin de cuentas, pensó, nunca le había gustado caminar solo en la noche. La noche le daba miedo, por lo que no se explicaba por qué había decidido partir de su casa con el mundo en sombras y para colmo de males, solo. Ese miedo era idéntico al que experimentaba siendo niño cuando su tío le contaba esas horrorosas historias... ¿Pero por qué se ponía a pensar en su tío? Ese viejo réprobo...

Los nervios...

Sacó su petaca y se echó un trago largo... tranquilizante de 60º... la única enseñanza decente que había conservado de su tío. Ese aguardiente era casi diabólico. Tenía un poco de regusto a metanol, pero no importaba en lo más mínimo. Cumplía con su misión a la perfección y además calentaba por un rato. Volvió a poner la petaca en su bolsillo, encendió un cigarrillo y siguió caminando.

Caminó por horas. Buscando cada tanto, alguna luz que le indicara la presencia de una vivienda en la que poder descansar y pasar la noche. Pero sin resultados. La campiña estaba desierta y deshabitada.

Cuando le ganó el cansancio, decidió armar campamento. Juntó algunas ramas, encendió una pequeña hoguera, y luego de entibiarse los huesos, se tendió a dormir cerca del fuego sin pensar más en la noche.
Se despertó aterido y temblando. No sabía cuánto había dormido, pero calculó que había pasado todo el día, ya que las cenizas estaban heladas, y el crepúsculo daba paso a otro manto de negrura sin estrellas. No podía entenderlo... no se explicaba por qué estaba durmiendo tanto. Desde que empezó a recorrer ese camino no recordaba una sola mañana, ni una sola y miserable hora bajo el brillo del sol. Como si los días se hubieran convertido en una sola y neblinosa noche.

Y esa luna... esa maldita luna llena, que parecía burlarse de él a cada paso que daba. ¿Cómo era que siempre estaba allí, omnipresente? Le daba vueltas y más vueltas al asunto, pero la única explicación que encontraba, era que cada vez que se tumbaba a dormir, lo hacía por unas 14 o 16 horas. ¡Una locura! A ese ritmo, pronto se convertiría en murciélago. Y casi le gustó esa idea: que le crecieran alas, para poder partir volando de ese odioso camino que parecía llevarlo a ninguna parte. Con esos alegres pensamientos en la cabeza, encendió otro cigarrillo y siguió caminando... aunque más no fuera para entrar en calor.

La niebla pronto vino a su encuentro, como un hálito que lo cubría todo hasta donde alcanzaba su vista... y junto con la niebla, la sensación de que alguien... algo... lo seguía, y no le gustaba. Pero ahora era diferente: sentía que ese algo, ese alguien, que había estado siguiéndolo todos esos días, se estaba acercando... y eso le gustó menos todavía.

Apuró el paso... sin tener una idea clara de por qué. Solo sabía que lo que hasta ese entonces había sido solo una inquietud con visos de miedo, estaba cobrando forma, convirtiéndose en un miedo más que tangible, como una mano helada que se deslizara por la columna vertebral. El miedo era real.

Una rama se quebró a su espalda, y sonó como un trueno en el silencio que lo rodeaba, sobresaltándolo... y haciéndolo reparar en este último detalle: el silencio... y la quietud... No tenía memoria de haber escuchado ningún otro sonido más que el de sus propios pasos, y cuando se detenía, los latidos de su corazón. Ni el sonido de un grillo, ni el canto de un pájaro, nada... hasta el viento parecía haber entrado en ese juego, dejando de soplar, por lo que ni siquiera escuchaba el susurro de las copas de los árboles.

¿Pero si nada había que pudiera hacer un ruido... qué había causado que aquélla rama crujiera?

Ante esa idea, un ramalazo de terror le oprimió la boca del estómago. ¿Qué era lo que había allí, oculto entre el sudario de niebla?

Se abandonó a la desesperación. Como un poseso recogió piedras del camino y comenzó a arrojarlas a la oscuridad, mientras gritaba con todas sus fuerzas, con la esperanza de asustar a lo que fuera que estuviera escondido.

Luego, tranquilizándolo de repente, una idea surgió. Si lo que estaba a su espalda no lo había atacado hasta ese momento, no creía que fuera muy peligroso. Este pensamiento casi llegó a reconfortarlo, haciéndolo sonreír confiado, cuando a sus espaldas oyó un gruñido sordo que lo hizo darse vuelta, con la sonrisa transformada en una mueca grabada en su rostro... y ahí estaban, esos ojos rojos. Esos feroces ojos rojos.

Una voz habló... una voz que le heló la sangre en las venas.

—¿Me buscabas?

—¿Qué... quién eres? ¿Qué deseas de mí? — Contestó el muchacho en un balbuceo.

Como respuesta, escuchó una risa socarrona y satisfecha, a la vez que un súbito y helado viento comenzaba a soplar desgarrando el velo de niebla, y dejando al descubierto al dueño de la risa... y de los ojos.

El muchacho deseó fervientemente no haber pensado jamás en el viento, porque lo que ahí veía, no podría haber poblado ni sus más dantescas pesadillas.

Un gigantesco perro lobo estaba observándolo. Sus mandíbulas abiertas, poderosas y pobladas de afilados colmillos rezumaban una espesa saliva. El gris pelaje de su lomo estaba erizado. Las orejas hacia atrás, las patas traseras un poco encogidas, y la cola baja, protegiendo los genitales, como listo para atacar. Y sus ojos, esos terroríficos ojos de fuego. Perversos, malévolos, salvajes ojos que parecían hipnotizarlo sin remedio.

El caminante comenzó a sacudir la cabeza, al tiempo que, con un pensamiento ausente, se daba cuenta de algo líquido y tibio que bajaba por sus pantalones.

—No... no, por favor... vete de aquí — gimió con lágrimas en sus ojos.

La voz se dejó oír de nuevo.

—Estás en mi territorio, muchacho. Hay un precio que pagar por ello, y no soy yo quien va a irse.

—Yo... yo... sólo estoy de paso. — Contestó él, temblando como una hoja.— Nunca tuve intención de invadir tus dominios, ni de molestarte.— Concluyó, mientras pensaba que todo era una grotesca pesadilla de la que pronto despertaría.

—En eso estamos de acuerdo: sólo estás de paso. El camino entero me pertenece. Todo lo que hay a sus orillas también es mío... y todo lo que tiene vida me molesta— dijo la bestia mientras comenzaba a acercarse. Lentamente, arrogante, segura de su presa.

El caminante, quedó petrificado. ¿Qué decir? ¿Cómo huir, y hacia dónde? ¿Cómo entrar en razones con un perro lobo enfurecido? ¿Cómo podía tan siquiera existir algo tan descabellado y aberrante?

El lobo continuó, con voz terrible y contenida.

—Hace unos momentos te preguntaste hacia dónde te llevaría este camino. Este camino siempre conduce a mí... y yo soy el final del camino, para ti, y para todos.

Y diciendo esto, se lanzó con las mandíbulas abiertas y sedientas de sangre directamente a la garganta del indefenso muchacho.

Éste, solo atinó a cubrirse la cara con las manos y proferir un alarido, en un patético e inútil gesto de defensa...

En la habitación, Martha y Eduardo se abrazaron en silencio. Con los ojos perdidos en el bulto inerte que yacía en la cama, rompieron a llorar. Pablo, su hijo, se había convulsionado gritando por última vez. Luego de casi dos semanas presa de un delirio inconsciente y febril, había muerto.







Agradecimiento y crédito: Gracias, Gragry (Madre-y-Argentina™), por tu intenso y sufrido trabajo como editora. Sé que no fue fácil tratar conmigo, ni emprolijar esto que en un principio fue nada más que algo nacido desde las tripas. Ahora está un poco mejor. Podría haber un "mucho" en lugar del "poco", pero es que no seguí todas tus recomendaciones. Solamente tuve que distanciarme dos años del texto original para comprender lo que me querías decir en tus notas.
Y ahora aparece así. Como dijo Borges: un texto está listo para ser publicado cuando uno se aburre de corregirlo... o algo muy por el estilo.

2 comentarios:

Gragry dijo...

¡Y yo que pensé que te habías enojado por las sugerencias!

Está mucho mejor, sí, señor...

Naazgul dijo...

Cómo me voy a enojar! 'tas loca vos? Podré no estar de acuerdo, o podremos tener puntos de vista diferentes en cuanto a una frase, palabra o coma, pero de ahí a enojarse hay un abismo de distancia.
Necesitaba ayuda, vos me la brindaste :)

Gracias por estar. Besos.



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